¡FUEGO!
La mano que enciende la llama
España arde por los cuatro costados. 2005 engrosará la negra lista de los peores años en cuanto a incendios forestales. De hecho, ya ha logrado el deshonroso título de registrar el mayor número de siniestros de la última década. A este desastre medioambiental han contribuido múltiples factores. A todo el mundo se le ocurre pensar que la principal causa haya sido la terrible sequía producida en los últimos meses, sin embargo, esta circunstancia afecta a la propagación del fuego, pero no a su origen. Según la organización de defensa de la naturaleza ADENA, el mayor número de incendios forestales se da en las zonas más húmedas (11.000 incendios en Galicia y 2.000 en Asturias frente a los 1.000 de media en Andalucía, teniendo ésta última alrededor del doble de la superficie forestal). El verano, por lo tanto, no es el causante de los incendios. El causante es, mayoritariamente, el hombre. Las estadísticas oficiales cifran sólo en un 4 por ciento causas naturales en incendios forestales, o lo que es lo mismo, el ser humano está detrás del 96 por ciento de incendios en nuestros montes. A partir de este punto se puede empezar a hablar de intencionalidad o negligencia, pero sólo en un 40 por ciento de los casos se esclarecen estos términos. En cualquier caso, en este triste verano se han atendido unos 2.000 incendios, que han causado 17 muertes y han obligado a evacuar a 2.786 personas y 750 viviendas.
Resulta desalentador el poco éxito de las iniciativas de prevención al igual que las de resolución en los tribunales, si bien este año la cifra de detenidos por su relación con el origen de los incendios ha ascendido notablemente. Según la Guardia Civil, se han producido 100 detenciones desde el pasado 1 de junio. Más de la mitad de los arrestos se realizaron en Andalucía (26) y Galicia (25), y sólo siete en la comunidad de Madrid en todo 2005. Los datos del Instituto Armado atribuyen 247 incendios ocurridos este verano a negligencias: 79 por quemas agrícolas y 52 originados por cigarros mal apagados; mientras, de los 125 intencionados, 26 fueron obra de pirómanos, 15 por venganzas y seis por conflictos cinegéticos.
La caza del incendiario
La Sierra Noroeste se ha visto especialmente castigada en el presente periodo estival. En especial el área delimitada por los términos municipales de Torrelodones, Collado Villaba, Galapagar, Colmenarejo y San Lorenzo de El Escorial. La Guardia Civil sospechó desde el principio que los más de 30 siniestros producidos en esta zona eran obra de un pirómano y puso en marcha la llamada "Operación Antorcha", en la que participaron más de 100 efectivos de diferentes cuerpos de vigilancia y seguridad. El sospechoso fue detenido por agentes de la Policía Local de Galapagar la pasada semana al encontrarle acelerantes mechas y otros elementos similares a los descubiertos en varios siniestros ocurridos en la Sierra. El individuo aprovechaba las pendientes y laderas para iniciar el fuego, con métodos retardantes que le proporcionaban una hora de margen para huir o iniciar otros foco de incendio en otros puntos cercanos, además de actuar, habitualmente, en días de fuerte viento. Actualmente, el sospechoso ha sido ingresado en la cárcel de Soto del Real en prisión preventiva sin fianza.
El núcleo de población más afectado por la acción del fuego ha sido la urbanización galapagueña Nido de águila, cuyos aledaños sufrieron el peor de los incendios el pasado 8 de agosto. En este caso, los responsables de los servicios de extinción barajaron seriamente la posibilidad de evacuar varios chalés, aunque finalmente un cambio en la dirección del viento no lo hizo necesario. El resultado de este siniestro fueron 22 hectáreas de monte quemadas con llamas que superaron los seis metros de altitud y que obligaron, incluso a cortar al tráfico la carretera que una Torrelodones y Galapagar. Los vecinos de las urbanizaciones Oasis, Los jarales y Nido de águila parecen acostumbrados a este tipo de incidentes. Los sufren prácticamente cada año y en otro incendio que destruyó otras 6 hectáreas el pasado 28 de junio, SIERRA Madrileña pudo comprobar cómo ellos mismos intentaban luchar contra el fuego con las mangueras de sus jardines y ramas. Lo que sí es evidente en esta parte de la geografía de Galapagar es la indignación de los vecinos que ven algo más que una casualidad en la reiteración de incendios en su zona de residencia.
Sospechas habituales
Las sospechas de estos vecinos nos lleva a preguntarnos quiénes están detrás del origen de los incendios intencionados y qué provecho se busca. Las hipótesis en este sentido son variadas. De fondo siempre queda la creencia de que motivos especulativos o intereses económicos pueden ser factores determinantes. Para evitar estas suspicacias, el Gobierno central aprobó una Ley que finalmente dejaba en manos de las comunidades autónomas la decisión al respecto de si se podría recalificar un terreno devastado por las llamas y cuánto tiempo tendría que pasar entre el siniestro y el trámite administrativo. Hilando aún más fino, hay quienes ven a la figura del bombero pirómano como causante de multitud de incendios. La suspicacia se basa en el hecho de que la contratación para las labores de extinción se hace en innumerables mediante empresas privadas que, en algunos casos, cobran incluso por hectárea apagada. La tesis se ve reforzada por varias detenciones practicadas sobre individuos que formaban parte de brigadas privadas de extinción en Cataluña y Galicia. El negocio de apagar fuegos mueve unos 300 millones de euros al año en España, alrededor de 50.000 millones de las antiguas pesetas. En el caso de nuestra región, por ejemplo, la Comunidad contrata los efectivos terrestres antiincendios a dos empresas desde 1995.
Medidas preventivas
Las distintas administraciones intentan adelantarse a los acontecimientos cada verano mediante campañas de desbroce, concienciación y vigilancia. Ya se sabe que la prevención es el mejor bombero, y el incendio mejor extinguido: el que no se produce. Este año, las medidas han ido aún más lejos con la prohibición de hacer fuego en áreas permitidas hasta ahora y declarando zona de alto riesgo más de la mitad de la superficie regional, aproximadamente los montes de 150 municipios. La principal iniciativa recogida en el Real Decreto Ley 11/2005, de 22 de julio, es el condicionamiento del tránsito de personas por áreas forestales, así como a 87 áreas recreativas. La norma exceptúa de la limitación general de tránsito a las actividades de gestión y mantenimiento de montes públicos y privados que cuenten con su correspondiente autorización. De este modo, podrán continuar las actividades de aprovechamiento, conservación, defensa y mejora de los terrenos forestales siempre que los titulares de estos terrenos cumplan las obligaciones y prohibiciones de la legislación vigente en materia de incendios forestales.
Sin embargo, la experiencia nos demuestra que proporcionalmente al aumento de medidas preventivas se incrementa el número de incendios. Está claro que algo falla, algunos especialistas aluden a causas demográficas y sociológicas para explicar por qué nuestros montes son cada vez mucho más vulnerables a las llamas. La vida ha cambiado apresuradamente en los últimos tiempos con respecto al paso lento al que nuestro entorno está acostumbrado. El éxodo rural y la ausencia de una gestión forestal eficaz han provocado que nuestros montes sean fácilmente inflamables. Las labores agrícolas habituales en nuestros pueblos ha cambiado, la recogida de leña ha disminuido y el descenso de la ganadería extensiva que controlaba el matorral ha favorecido el incremento de la biomasa forestal inestable. Las cañadas reales por las que circulaban inmensos rebaños que realizaban una auténtica labor de limpieza de nuestros campos, hoy son simplemente recuerdos al borde de una carretera.
España negra
En los últimos trece años, los incendios recorrieron 2.074.500 hectáreas forestales, el 7 por ciento de la superficie forestal española y casi el equivalente a casi la superficie de la Comunidad Valenciana. Las cifras son tan negras como negro es el rastro que las llamas dejan a su paso. La recuperación de los montes no es sencilla, una superficie devastada por las llamas tarda varias décadas en recuperarse, no basta con la replantación de masas arbóreas pues las consecuencias son mucho más graves que la madera quemada. El fuego tiene un efecto destructivo sobre el suelo que viene dado por una mineralización acelerada y un aumento del PH lo que acelera considerablemente el riesgo de degradación. Por otro lado, y como consecuencia de la destrucción del suelo se altera el ciclo hídrico: la filtración del agua disminuye y se merman las reservas subterráneas que son base de los acuíferos utilizados en la mayor parte del consumo agrícola y urbano. Pero además, se incrementa la escorrentía de agua en superficie, acentuando su efecto de erosión, lo que la convierte en gran responsable de multitud de crecidas de agua producidas después de lluvias torrenciales. En algunas inundaciones ocurridas en España en los últimos veinte años, ha quedado demostrado que los efectos negativos han sido considerablemente menores en aquellas áreas donde existía una cubierta vegetal, según el investigador Pedro Pozas. Este especialista menciona también otras consecuencias dañinas para el medioambiente: el arrastre de árido y arcillas hacia los ríos que provoca que el agua se enturbie y afecta directamente a las especies piscícolas, además de las emisiones de óxido de carbono que, a su vez, contribuyen a multiplicar el efecto invernadero y, por tanto, el cambio climático.
Aún con todo lo expuesto deberíamos quedarnos con un dato, el que hace responsable al hombre, es decir a nosotros mismos, como responsable máximo de los incendios. Si bien la lucha contra los pirómanos es cuestión de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, el ciudadano de a pie puede contribuir mucho más de que cree a combatir las desoladoras cifras de superficies quemadas. Las negligencias y los despistes no dependen de las autoridades, los ciudadanos tenemos una clara responsabilidad en esta materia, pues como rezaba el famoso lema: "Cuando el bosque se quema, algo tuyo se quema".
FUENTE:SIERRAMADRID
España arde por los cuatro costados. 2005 engrosará la negra lista de los peores años en cuanto a incendios forestales. De hecho, ya ha logrado el deshonroso título de registrar el mayor número de siniestros de la última década. A este desastre medioambiental han contribuido múltiples factores. A todo el mundo se le ocurre pensar que la principal causa haya sido la terrible sequía producida en los últimos meses, sin embargo, esta circunstancia afecta a la propagación del fuego, pero no a su origen. Según la organización de defensa de la naturaleza ADENA, el mayor número de incendios forestales se da en las zonas más húmedas (11.000 incendios en Galicia y 2.000 en Asturias frente a los 1.000 de media en Andalucía, teniendo ésta última alrededor del doble de la superficie forestal). El verano, por lo tanto, no es el causante de los incendios. El causante es, mayoritariamente, el hombre. Las estadísticas oficiales cifran sólo en un 4 por ciento causas naturales en incendios forestales, o lo que es lo mismo, el ser humano está detrás del 96 por ciento de incendios en nuestros montes. A partir de este punto se puede empezar a hablar de intencionalidad o negligencia, pero sólo en un 40 por ciento de los casos se esclarecen estos términos. En cualquier caso, en este triste verano se han atendido unos 2.000 incendios, que han causado 17 muertes y han obligado a evacuar a 2.786 personas y 750 viviendas.
Resulta desalentador el poco éxito de las iniciativas de prevención al igual que las de resolución en los tribunales, si bien este año la cifra de detenidos por su relación con el origen de los incendios ha ascendido notablemente. Según la Guardia Civil, se han producido 100 detenciones desde el pasado 1 de junio. Más de la mitad de los arrestos se realizaron en Andalucía (26) y Galicia (25), y sólo siete en la comunidad de Madrid en todo 2005. Los datos del Instituto Armado atribuyen 247 incendios ocurridos este verano a negligencias: 79 por quemas agrícolas y 52 originados por cigarros mal apagados; mientras, de los 125 intencionados, 26 fueron obra de pirómanos, 15 por venganzas y seis por conflictos cinegéticos.
La caza del incendiario
La Sierra Noroeste se ha visto especialmente castigada en el presente periodo estival. En especial el área delimitada por los términos municipales de Torrelodones, Collado Villaba, Galapagar, Colmenarejo y San Lorenzo de El Escorial. La Guardia Civil sospechó desde el principio que los más de 30 siniestros producidos en esta zona eran obra de un pirómano y puso en marcha la llamada "Operación Antorcha", en la que participaron más de 100 efectivos de diferentes cuerpos de vigilancia y seguridad. El sospechoso fue detenido por agentes de la Policía Local de Galapagar la pasada semana al encontrarle acelerantes mechas y otros elementos similares a los descubiertos en varios siniestros ocurridos en la Sierra. El individuo aprovechaba las pendientes y laderas para iniciar el fuego, con métodos retardantes que le proporcionaban una hora de margen para huir o iniciar otros foco de incendio en otros puntos cercanos, además de actuar, habitualmente, en días de fuerte viento. Actualmente, el sospechoso ha sido ingresado en la cárcel de Soto del Real en prisión preventiva sin fianza.
El núcleo de población más afectado por la acción del fuego ha sido la urbanización galapagueña Nido de águila, cuyos aledaños sufrieron el peor de los incendios el pasado 8 de agosto. En este caso, los responsables de los servicios de extinción barajaron seriamente la posibilidad de evacuar varios chalés, aunque finalmente un cambio en la dirección del viento no lo hizo necesario. El resultado de este siniestro fueron 22 hectáreas de monte quemadas con llamas que superaron los seis metros de altitud y que obligaron, incluso a cortar al tráfico la carretera que una Torrelodones y Galapagar. Los vecinos de las urbanizaciones Oasis, Los jarales y Nido de águila parecen acostumbrados a este tipo de incidentes. Los sufren prácticamente cada año y en otro incendio que destruyó otras 6 hectáreas el pasado 28 de junio, SIERRA Madrileña pudo comprobar cómo ellos mismos intentaban luchar contra el fuego con las mangueras de sus jardines y ramas. Lo que sí es evidente en esta parte de la geografía de Galapagar es la indignación de los vecinos que ven algo más que una casualidad en la reiteración de incendios en su zona de residencia.
Sospechas habituales
Las sospechas de estos vecinos nos lleva a preguntarnos quiénes están detrás del origen de los incendios intencionados y qué provecho se busca. Las hipótesis en este sentido son variadas. De fondo siempre queda la creencia de que motivos especulativos o intereses económicos pueden ser factores determinantes. Para evitar estas suspicacias, el Gobierno central aprobó una Ley que finalmente dejaba en manos de las comunidades autónomas la decisión al respecto de si se podría recalificar un terreno devastado por las llamas y cuánto tiempo tendría que pasar entre el siniestro y el trámite administrativo. Hilando aún más fino, hay quienes ven a la figura del bombero pirómano como causante de multitud de incendios. La suspicacia se basa en el hecho de que la contratación para las labores de extinción se hace en innumerables mediante empresas privadas que, en algunos casos, cobran incluso por hectárea apagada. La tesis se ve reforzada por varias detenciones practicadas sobre individuos que formaban parte de brigadas privadas de extinción en Cataluña y Galicia. El negocio de apagar fuegos mueve unos 300 millones de euros al año en España, alrededor de 50.000 millones de las antiguas pesetas. En el caso de nuestra región, por ejemplo, la Comunidad contrata los efectivos terrestres antiincendios a dos empresas desde 1995.
Medidas preventivas
Las distintas administraciones intentan adelantarse a los acontecimientos cada verano mediante campañas de desbroce, concienciación y vigilancia. Ya se sabe que la prevención es el mejor bombero, y el incendio mejor extinguido: el que no se produce. Este año, las medidas han ido aún más lejos con la prohibición de hacer fuego en áreas permitidas hasta ahora y declarando zona de alto riesgo más de la mitad de la superficie regional, aproximadamente los montes de 150 municipios. La principal iniciativa recogida en el Real Decreto Ley 11/2005, de 22 de julio, es el condicionamiento del tránsito de personas por áreas forestales, así como a 87 áreas recreativas. La norma exceptúa de la limitación general de tránsito a las actividades de gestión y mantenimiento de montes públicos y privados que cuenten con su correspondiente autorización. De este modo, podrán continuar las actividades de aprovechamiento, conservación, defensa y mejora de los terrenos forestales siempre que los titulares de estos terrenos cumplan las obligaciones y prohibiciones de la legislación vigente en materia de incendios forestales.
Sin embargo, la experiencia nos demuestra que proporcionalmente al aumento de medidas preventivas se incrementa el número de incendios. Está claro que algo falla, algunos especialistas aluden a causas demográficas y sociológicas para explicar por qué nuestros montes son cada vez mucho más vulnerables a las llamas. La vida ha cambiado apresuradamente en los últimos tiempos con respecto al paso lento al que nuestro entorno está acostumbrado. El éxodo rural y la ausencia de una gestión forestal eficaz han provocado que nuestros montes sean fácilmente inflamables. Las labores agrícolas habituales en nuestros pueblos ha cambiado, la recogida de leña ha disminuido y el descenso de la ganadería extensiva que controlaba el matorral ha favorecido el incremento de la biomasa forestal inestable. Las cañadas reales por las que circulaban inmensos rebaños que realizaban una auténtica labor de limpieza de nuestros campos, hoy son simplemente recuerdos al borde de una carretera.
España negra
En los últimos trece años, los incendios recorrieron 2.074.500 hectáreas forestales, el 7 por ciento de la superficie forestal española y casi el equivalente a casi la superficie de la Comunidad Valenciana. Las cifras son tan negras como negro es el rastro que las llamas dejan a su paso. La recuperación de los montes no es sencilla, una superficie devastada por las llamas tarda varias décadas en recuperarse, no basta con la replantación de masas arbóreas pues las consecuencias son mucho más graves que la madera quemada. El fuego tiene un efecto destructivo sobre el suelo que viene dado por una mineralización acelerada y un aumento del PH lo que acelera considerablemente el riesgo de degradación. Por otro lado, y como consecuencia de la destrucción del suelo se altera el ciclo hídrico: la filtración del agua disminuye y se merman las reservas subterráneas que son base de los acuíferos utilizados en la mayor parte del consumo agrícola y urbano. Pero además, se incrementa la escorrentía de agua en superficie, acentuando su efecto de erosión, lo que la convierte en gran responsable de multitud de crecidas de agua producidas después de lluvias torrenciales. En algunas inundaciones ocurridas en España en los últimos veinte años, ha quedado demostrado que los efectos negativos han sido considerablemente menores en aquellas áreas donde existía una cubierta vegetal, según el investigador Pedro Pozas. Este especialista menciona también otras consecuencias dañinas para el medioambiente: el arrastre de árido y arcillas hacia los ríos que provoca que el agua se enturbie y afecta directamente a las especies piscícolas, además de las emisiones de óxido de carbono que, a su vez, contribuyen a multiplicar el efecto invernadero y, por tanto, el cambio climático.
Aún con todo lo expuesto deberíamos quedarnos con un dato, el que hace responsable al hombre, es decir a nosotros mismos, como responsable máximo de los incendios. Si bien la lucha contra los pirómanos es cuestión de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, el ciudadano de a pie puede contribuir mucho más de que cree a combatir las desoladoras cifras de superficies quemadas. Las negligencias y los despistes no dependen de las autoridades, los ciudadanos tenemos una clara responsabilidad en esta materia, pues como rezaba el famoso lema: "Cuando el bosque se quema, algo tuyo se quema".
FUENTE:SIERRAMADRID
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