ANTOLOGIA DEL CALLEJERO, POR SUS CALLES LOS CONOCEREIS...
La costumbre hispánica hace que bauticemos a nuestras calles y plazas con todo tipo de nomenclaturas: históricas, artísticas, políticas, o bien las que atienden al homenaje a algún insigne personaje y, por supuesto, las que responden a los topónimos que por tradición fueron perdurando, perdiéndose sus orígenes en los tiempos.
Esa tradición permanece frente a otras culturas que dieron en denominar sus principales vías con fríos números o letras, modelo éste que en España tan sólo se ha seguido para organizar el callejero de los polígonos industriales o empresariales, que reflejan así la frialdad de los lugares donde el hombre trabaja pero no vive. En respuesta a la frialdad de una calle 54, por muy famosa que la haya hecho Trueba, la calidez de nuestras avenidas de los Reyes Católicos, nuestras plazas de España, o nuestras calles Reales. Curioso es, en la mayoría de los casos, este término –calle Real- por cuanto en casi todos los casos antes lo fueron del Generalísimo o de José Antonio, y posiblemente unos años antes de la República. Así son nuestros caminos urbanos, cambiantes en su denominación al son que marca la cambiante sociedad y el régimen que le marca el paso en cada momento. En este aspecto, el bautismo de una calle nunca está exento de polémicas, que aún hoy perduran en lugares donde se perpetuaron los nombres de generales de la época de Franco, o aún del mismo Franco, impasibles al tiempo y con facciones de seguidores y hostiles alrededor. Junto a quien defienda que la Historia no se puede borrar siempre habrá alguien que tome como afrenta lo que de conmemoración conlleva por mor de que una vía pública recuerde en sus placas al que fuera Caudillo de las españas. Y viceversa.
Influencia extranjera
Pero polémicas a un lado, el callejero de los municipios de la zona Noroeste no deja de sorprendernos, dando de sí, sin duda, para publicar una auténtica antología en la que es necesario bucear en la historia y los orígenes de determinados nombres. Que nadie se extrañe si al llegar a Villanueva del Pardillo se adentra por la calle de Mister Lodge, en recuerdo del que fuera embajador de EEUU en España, quien donó un aparato de televisión al pueblo en 1960. Qué duda cabe que el arrebato de generosidad de aquel americano fue todo un acontecimiento en la Villanueva de los 60. Tanto que dio para una calle. Agradecidos, desde luego, son los vecinos de esta localidad que homenajearon a otros insignes personajes como el alcalde Félix de la Cruz Serrano, regidor desde finales de los cincuenta hasta 1963. Entre sus actuaciones, nos encontramos en las crónicas de lugar con un listado en el que se detallan: Arreglo de las calles públicas, consignación presupuestaria para la conservación del televisor (el que regaló Mister Lodge), alumbrado de la Plaza Mayor, solicitud de ayuda económica para agua potable, arreglo del caño viejo, inicio de gestiones para construir un puente en el Arroyo del Gato y construcción del garaje en la casa del médico.
Esto de llevarse bien con los médicos debía ser tradición en tiempos en que los galenos eran auténticas autoridades locales, hasta el punto de que en Las Rozas, no contentos con dedicar una calle al Doctor Toledo, se rindió homenaje con otra a su hijo, y así lucen aún hoy ambas placas: Calle Doctor Toledo y Calle Doctor Toledo (hijo).
Volviendo a los extranjerismos, ya es hoy muy habitual encontrar nombres al caminar nuestros pueblos de ciudades extranjeras o incluso países. Algunos responden a hermanamientos como el de Las Rozas con Villbon Sur Yvette (Francia) o el de Metepec (Méjico) en Villanueva de la Cañada. Hoy en día existen barrios enteros con nombres foráneos, pero más curioso es el caso cuando la nomenclatura se refiere en concreto a los habitantes de un país, por ejemplo el Paseo de los Alemanes en Las Matas o la Plaza de Los Belgas en Collado Villalba. Ésta última debe nombre a que en ese mismo lugar, en pleno siglo XIX, y tras haberse producido la desamortización de Mendizábal, se instaló una serrería de la compañía Belga de los Pinares del Paular. El negocio dio inicio a la industrialización de la localidad conllevando además la aparición de un continuo trasiego de madera, primero en bueyes y más adelante en camiones.
Casi impronunciable es la calle Phyllis B.Turnbull, en Soto del Real, que recuerda a una profesora inglesa que creó unas becas para los niños más avanzados de diversos pueblos, algunos de los cuales incluso iban a estudiar al extranjero.
Las habituales
Raro es el pueblo que se precie que no tenga hoy en día una calle o plaza del Caño. Lo que hoy en día puede parecer una nimiedad fue en tiempos una infraestructura tan fundamental como hoy pueda serlo una autovía de circunvalación. Con el correspondiente caño, o grifo, y el pilón adecuado, se aseguraba el agua al ganado, sobre todo en tiempos de sequía. Hablando de aguas y subsistencia, no podemos pasar por la calle que en Las Rozas recuerda al Pocito de las Nieves. Aunque parezca una denominación bucólica o infantil, éste era el lugar en que se guardaba la nieve del invierno, bajo tierra, en una especie de ingenio de la época que conseguía mantener las temperaturas por debajo de los cero grados y conservar, por tanto, en él los comestibles perecederos, vamos una nevera que no gastaba corriente.
Son también habituales las vías que marcan los caminos, añadiendo el lugar de destino –Avenida de Valladolid en Torrelodones, Avenida de la Coruña en Las Rozas- o las que guardan aún más relación con vías pecuarias: cañadas, cordeles, herrenes y demás. Los nombres que más se repiten actualmente, amén de las monárquicas calles reales, son las plazas de la Constitución (donde suele estar el Ayuntamiento).
Cultura popular
El acerbo de los pueblos es ilimitado y también se ha fijado en el arte de denominar con gracia un lugar. Uno de los mejores ejemplos lo encontramos en la Cuesta de Mataborricos de Las Rozas, rebautizada hace poco tiempo como Avenida del Polideportivo, que es un nombre más impersonal pero considerablemente más políticamente correcto. La denominación ancestral no se debe a ninguna afición inconfesable de los roceños por asesinar asnos en sus ratos libres, sino a que la pendiente de la cuesta era, y es, tan notable que los pobres pollinos que se dirigían a los lugares de siembra por esta ladera corrían serio peligro de fenecer en el intento.
No borricos sino potros eran los transeuntes más habituales de Guadarrama donde los vecinos llevaban los caballos a herrar. Aunque hoy en día es toda una avenida, antiguamente era una calle muy estrecha, por lo que fue, y aún hoy día sigue siendo, conocida como Calleja del Potro.
Uniendo la fisonomía de las calles estrechas con el sentido del humor se encuentra el origen de La Gran Vía de Collado Mediano. En casi todos los pueblos o ciudades hay una Gran Vía pero la de Collado Mediano es sin duda especial. Sus habitantes, con un toque de sorna, decidieron darle este nombre a la que por aquel entonces era la calle más estrecha de la localidad. En algunos puntos no llegaba a 1,5 metros de ancho. En la actualidad se ha reformado y su anchura es algo mayor, sin embargo a nadie se le olvida que en su tiempo aquella si que fue una "gran vía".
También hay que tener guasa para darle a una calle el nombre de Lunes, infausto día de comienzo de jornada laboral, como hicieron en Brunete, donde también poseen una calle Barranco de la gitana. Más lúdica es la Avenida del Escondite en Torrelodones, pues recuerda al juego infantil. También del imaginario de los más pequeños parece pertenecer la Fuente de las Hadas, en Villaviciosa de Odón, o la calle Peña de Las Brujas, en Galapagar. Este último nombre proviene por una fuente existente en el lugar, una de las más antiguas del municipio, a la que así se conocía popularmente. Sin embargo, nadie sabe decir muy bien si tiene alguna relación con la práctica de la brujeria.
En Cercedilla aún pervive la calle de los Cantos Gordos, que conduce a una zona de rocas donde se los canteros extraían buen material; después, al transportalo, volvían a pasar calle abajo con enormes moles de piedras por lo que la vía se quedó con ese nombre tan explícito.
Calles cargadas de Historia
En Galapagar, la calle Casa Veleta, se refiere a un edificio mandado construir por Felipe II, mientras que se construía el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, para que la corte pernoctara camino del Real Sitio. La casa se alzó en la zona llamada Herrén del cura, y en ella nació el infante Carlos Lorenzo que moriría poco después del alumbramiento. Dicen que tanto le gustaba el lugar al monarca que, en vez de quedarse una sola noche, solía alargar su estancia durante varios días para disfrutar de la belleza del paisaje. El edifico quedó abandonado y poco a poco fue desmoronándose hasta que le llegó la puntilla duente la Guerra Civil, cuando sirvió de refugio antiaéreo. De hoy ya sólo queda el recuerdo y su calle.
Tras la contienda fratricida española, fueron muchos los municipios de la zona que vieron cómo sus barriadas eran reconstruidas a través de la entidad Regiones Devastadas. Uno de estos pueblos fue Valdemorillo que aún hoy conserva en una de sus calles más representativas esas tipicas casas, de una sola planta en su mayoría, dotadas de pórticos y grandes ventanas desde las que sus habitantes observaban el paso de cuantos subían desde la calle Antonio Gamonal hasta la parroquia. Los balcones se cuajaban de vecinos sin otra diversión que ver pasar a sus paisanos y de ahí viene el nombre de la calle de Los Balconcillos, que hoy en día ha recuperado su viejo esplendor con sus balconcillos, que siguen siendo un lugar idóneo para saludar a cuantos recorren la calle.
También dentro de las costumbres lugareñas, se puede enmarcar la calle de Las Pozas, en San Lorenzo de El Escorial.
Antiguamente, este camino estaba dividido por un riachuelo que formaba pequeñas pozas en los socavones de la vía. Tales circunstancias no pasaron desapercibidas a las mujeres de la localidad que vieron en ellas un magnífico lugar donde realizar la colada, por lo que está calle pasó a la historia con la imagen de aquellas mujeres arrodilladas frotando a mano las ropas de sus familias. Seguro que muchas de ellas hubieran preferido que la calle se llamará Balay y haber frotado menos.
Vecinos insignes
La lista sería interminable pero nos quedamos con la calle Obispo Golfín, en Alpedrete, dedicada a Francisco Pérez Fernández- Golfín, obispo de Getafe, fallecido el año pasado, y que fue destinado a la parroquia de Alpedrete- Los Negrales en 1956, nada más ser ordenado sacerdote. Allí permaneció hasta 1962. El municipio quiso honrar sus 6 años al frente de la parroquia dádole su nombre a una calle.
Soto del Real también tiene su propio Obispo. Allí nació, cuando el pueblo aún se lamaba Chozas del Real, el arzobispo Casimiro Morcillo, que sería también presidente de la Conferencia Episcopal Española y subsecretario del Concilio Vaticano II. Su familia donó los terrenos para la construcción del colegio.
Y, cómo no, en Cercedilla, la calle Blanca Fernández Ochoa , que hoy hace honor a la pequeña de la familia Fernández Ochoa, los mejores esquiadores de la historia de nuestro país. Antiguamente, con un poco de humor negro, se llamaba la calle del Duelo porque era la que conducia hacia al cementerio y era allí donde los habitantes de Cercedilla salían a despedir a sus vecinos difuntos.
A la vista de lo expuesto, queda patente que los nombres de nuestras calles son como telegramas de la Historia: capítulos de otros tiempos que entre stop y stop, describen el devenir de los municipios, sus costumbres y vivencias.
FUENTE:SIERRA MADRILEÑA
Esa tradición permanece frente a otras culturas que dieron en denominar sus principales vías con fríos números o letras, modelo éste que en España tan sólo se ha seguido para organizar el callejero de los polígonos industriales o empresariales, que reflejan así la frialdad de los lugares donde el hombre trabaja pero no vive. En respuesta a la frialdad de una calle 54, por muy famosa que la haya hecho Trueba, la calidez de nuestras avenidas de los Reyes Católicos, nuestras plazas de España, o nuestras calles Reales. Curioso es, en la mayoría de los casos, este término –calle Real- por cuanto en casi todos los casos antes lo fueron del Generalísimo o de José Antonio, y posiblemente unos años antes de la República. Así son nuestros caminos urbanos, cambiantes en su denominación al son que marca la cambiante sociedad y el régimen que le marca el paso en cada momento. En este aspecto, el bautismo de una calle nunca está exento de polémicas, que aún hoy perduran en lugares donde se perpetuaron los nombres de generales de la época de Franco, o aún del mismo Franco, impasibles al tiempo y con facciones de seguidores y hostiles alrededor. Junto a quien defienda que la Historia no se puede borrar siempre habrá alguien que tome como afrenta lo que de conmemoración conlleva por mor de que una vía pública recuerde en sus placas al que fuera Caudillo de las españas. Y viceversa.
Influencia extranjera
Pero polémicas a un lado, el callejero de los municipios de la zona Noroeste no deja de sorprendernos, dando de sí, sin duda, para publicar una auténtica antología en la que es necesario bucear en la historia y los orígenes de determinados nombres. Que nadie se extrañe si al llegar a Villanueva del Pardillo se adentra por la calle de Mister Lodge, en recuerdo del que fuera embajador de EEUU en España, quien donó un aparato de televisión al pueblo en 1960. Qué duda cabe que el arrebato de generosidad de aquel americano fue todo un acontecimiento en la Villanueva de los 60. Tanto que dio para una calle. Agradecidos, desde luego, son los vecinos de esta localidad que homenajearon a otros insignes personajes como el alcalde Félix de la Cruz Serrano, regidor desde finales de los cincuenta hasta 1963. Entre sus actuaciones, nos encontramos en las crónicas de lugar con un listado en el que se detallan: Arreglo de las calles públicas, consignación presupuestaria para la conservación del televisor (el que regaló Mister Lodge), alumbrado de la Plaza Mayor, solicitud de ayuda económica para agua potable, arreglo del caño viejo, inicio de gestiones para construir un puente en el Arroyo del Gato y construcción del garaje en la casa del médico.
Esto de llevarse bien con los médicos debía ser tradición en tiempos en que los galenos eran auténticas autoridades locales, hasta el punto de que en Las Rozas, no contentos con dedicar una calle al Doctor Toledo, se rindió homenaje con otra a su hijo, y así lucen aún hoy ambas placas: Calle Doctor Toledo y Calle Doctor Toledo (hijo).
Volviendo a los extranjerismos, ya es hoy muy habitual encontrar nombres al caminar nuestros pueblos de ciudades extranjeras o incluso países. Algunos responden a hermanamientos como el de Las Rozas con Villbon Sur Yvette (Francia) o el de Metepec (Méjico) en Villanueva de la Cañada. Hoy en día existen barrios enteros con nombres foráneos, pero más curioso es el caso cuando la nomenclatura se refiere en concreto a los habitantes de un país, por ejemplo el Paseo de los Alemanes en Las Matas o la Plaza de Los Belgas en Collado Villalba. Ésta última debe nombre a que en ese mismo lugar, en pleno siglo XIX, y tras haberse producido la desamortización de Mendizábal, se instaló una serrería de la compañía Belga de los Pinares del Paular. El negocio dio inicio a la industrialización de la localidad conllevando además la aparición de un continuo trasiego de madera, primero en bueyes y más adelante en camiones.
Casi impronunciable es la calle Phyllis B.Turnbull, en Soto del Real, que recuerda a una profesora inglesa que creó unas becas para los niños más avanzados de diversos pueblos, algunos de los cuales incluso iban a estudiar al extranjero.
Las habituales
Raro es el pueblo que se precie que no tenga hoy en día una calle o plaza del Caño. Lo que hoy en día puede parecer una nimiedad fue en tiempos una infraestructura tan fundamental como hoy pueda serlo una autovía de circunvalación. Con el correspondiente caño, o grifo, y el pilón adecuado, se aseguraba el agua al ganado, sobre todo en tiempos de sequía. Hablando de aguas y subsistencia, no podemos pasar por la calle que en Las Rozas recuerda al Pocito de las Nieves. Aunque parezca una denominación bucólica o infantil, éste era el lugar en que se guardaba la nieve del invierno, bajo tierra, en una especie de ingenio de la época que conseguía mantener las temperaturas por debajo de los cero grados y conservar, por tanto, en él los comestibles perecederos, vamos una nevera que no gastaba corriente.
Son también habituales las vías que marcan los caminos, añadiendo el lugar de destino –Avenida de Valladolid en Torrelodones, Avenida de la Coruña en Las Rozas- o las que guardan aún más relación con vías pecuarias: cañadas, cordeles, herrenes y demás. Los nombres que más se repiten actualmente, amén de las monárquicas calles reales, son las plazas de la Constitución (donde suele estar el Ayuntamiento).
Cultura popular
El acerbo de los pueblos es ilimitado y también se ha fijado en el arte de denominar con gracia un lugar. Uno de los mejores ejemplos lo encontramos en la Cuesta de Mataborricos de Las Rozas, rebautizada hace poco tiempo como Avenida del Polideportivo, que es un nombre más impersonal pero considerablemente más políticamente correcto. La denominación ancestral no se debe a ninguna afición inconfesable de los roceños por asesinar asnos en sus ratos libres, sino a que la pendiente de la cuesta era, y es, tan notable que los pobres pollinos que se dirigían a los lugares de siembra por esta ladera corrían serio peligro de fenecer en el intento.
No borricos sino potros eran los transeuntes más habituales de Guadarrama donde los vecinos llevaban los caballos a herrar. Aunque hoy en día es toda una avenida, antiguamente era una calle muy estrecha, por lo que fue, y aún hoy día sigue siendo, conocida como Calleja del Potro.
Uniendo la fisonomía de las calles estrechas con el sentido del humor se encuentra el origen de La Gran Vía de Collado Mediano. En casi todos los pueblos o ciudades hay una Gran Vía pero la de Collado Mediano es sin duda especial. Sus habitantes, con un toque de sorna, decidieron darle este nombre a la que por aquel entonces era la calle más estrecha de la localidad. En algunos puntos no llegaba a 1,5 metros de ancho. En la actualidad se ha reformado y su anchura es algo mayor, sin embargo a nadie se le olvida que en su tiempo aquella si que fue una "gran vía".
También hay que tener guasa para darle a una calle el nombre de Lunes, infausto día de comienzo de jornada laboral, como hicieron en Brunete, donde también poseen una calle Barranco de la gitana. Más lúdica es la Avenida del Escondite en Torrelodones, pues recuerda al juego infantil. También del imaginario de los más pequeños parece pertenecer la Fuente de las Hadas, en Villaviciosa de Odón, o la calle Peña de Las Brujas, en Galapagar. Este último nombre proviene por una fuente existente en el lugar, una de las más antiguas del municipio, a la que así se conocía popularmente. Sin embargo, nadie sabe decir muy bien si tiene alguna relación con la práctica de la brujeria.
En Cercedilla aún pervive la calle de los Cantos Gordos, que conduce a una zona de rocas donde se los canteros extraían buen material; después, al transportalo, volvían a pasar calle abajo con enormes moles de piedras por lo que la vía se quedó con ese nombre tan explícito.
Calles cargadas de Historia
En Galapagar, la calle Casa Veleta, se refiere a un edificio mandado construir por Felipe II, mientras que se construía el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, para que la corte pernoctara camino del Real Sitio. La casa se alzó en la zona llamada Herrén del cura, y en ella nació el infante Carlos Lorenzo que moriría poco después del alumbramiento. Dicen que tanto le gustaba el lugar al monarca que, en vez de quedarse una sola noche, solía alargar su estancia durante varios días para disfrutar de la belleza del paisaje. El edifico quedó abandonado y poco a poco fue desmoronándose hasta que le llegó la puntilla duente la Guerra Civil, cuando sirvió de refugio antiaéreo. De hoy ya sólo queda el recuerdo y su calle.
Tras la contienda fratricida española, fueron muchos los municipios de la zona que vieron cómo sus barriadas eran reconstruidas a través de la entidad Regiones Devastadas. Uno de estos pueblos fue Valdemorillo que aún hoy conserva en una de sus calles más representativas esas tipicas casas, de una sola planta en su mayoría, dotadas de pórticos y grandes ventanas desde las que sus habitantes observaban el paso de cuantos subían desde la calle Antonio Gamonal hasta la parroquia. Los balcones se cuajaban de vecinos sin otra diversión que ver pasar a sus paisanos y de ahí viene el nombre de la calle de Los Balconcillos, que hoy en día ha recuperado su viejo esplendor con sus balconcillos, que siguen siendo un lugar idóneo para saludar a cuantos recorren la calle.
También dentro de las costumbres lugareñas, se puede enmarcar la calle de Las Pozas, en San Lorenzo de El Escorial.
Antiguamente, este camino estaba dividido por un riachuelo que formaba pequeñas pozas en los socavones de la vía. Tales circunstancias no pasaron desapercibidas a las mujeres de la localidad que vieron en ellas un magnífico lugar donde realizar la colada, por lo que está calle pasó a la historia con la imagen de aquellas mujeres arrodilladas frotando a mano las ropas de sus familias. Seguro que muchas de ellas hubieran preferido que la calle se llamará Balay y haber frotado menos.
Vecinos insignes
La lista sería interminable pero nos quedamos con la calle Obispo Golfín, en Alpedrete, dedicada a Francisco Pérez Fernández- Golfín, obispo de Getafe, fallecido el año pasado, y que fue destinado a la parroquia de Alpedrete- Los Negrales en 1956, nada más ser ordenado sacerdote. Allí permaneció hasta 1962. El municipio quiso honrar sus 6 años al frente de la parroquia dádole su nombre a una calle.
Soto del Real también tiene su propio Obispo. Allí nació, cuando el pueblo aún se lamaba Chozas del Real, el arzobispo Casimiro Morcillo, que sería también presidente de la Conferencia Episcopal Española y subsecretario del Concilio Vaticano II. Su familia donó los terrenos para la construcción del colegio.
Y, cómo no, en Cercedilla, la calle Blanca Fernández Ochoa , que hoy hace honor a la pequeña de la familia Fernández Ochoa, los mejores esquiadores de la historia de nuestro país. Antiguamente, con un poco de humor negro, se llamaba la calle del Duelo porque era la que conducia hacia al cementerio y era allí donde los habitantes de Cercedilla salían a despedir a sus vecinos difuntos.
A la vista de lo expuesto, queda patente que los nombres de nuestras calles son como telegramas de la Historia: capítulos de otros tiempos que entre stop y stop, describen el devenir de los municipios, sus costumbres y vivencias.
FUENTE:SIERRA MADRILEÑA
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jaime -