LA GUERRA DE BRIAN HAW
Comenzó a protestar hace cuatro años y desde entonces no ha parado.
Su causa provoca ira y admiración: Haw se ha convertido en un ícono de la protesta.
El 2 de junio de 2001 se instaló frente a Westminster, sede del Parlamento británico, y aunque han intentado moverlo -a veces a la fuerza y otras por medio de recursos legales- no lo han conseguido: Brian Haw sigue alzando su voz a favor de la paz. Las 24 horas, sin descanso.
Cualquiera que pase junto al Big Ben puede verlo. Es un símbolo para los que rechazan la violencia y un dolor de cabeza para el gobierno de Tony Blair.
Como lo hacen decenas de personas cada semana, yo fui a visitarlo sin aviso. Lo encontré sentado leyendo el periódico en medio del mural que ha desplegado a largo de toda una cuadra. Él lo describe como un memorial, un santuario en honor de las mujeres y los niños víctimas de la guerra en Irak. Hay fotos, banderas, afiches, muñecos, cajas con cartas.
"Mira, ésta es de Chile", me cuenta cuando le digo que trabajo en el Servicio Latinoamericano de la BBC. Es una pancarta amarilla con un mensaje pacífico que le regaló hace un par de años una pareja de manifestantes chilenos.
"¿Dónde están?"
Hace 1.461 días que Haw duerme en una tienda improvisada y se ducha y afeita una vez a la semana en los baños públicos de una estación de trenes. Ha perdido peso y también el apetito. Fuma en cadena y tiene los dedos manchados de nicotina.
Inició su protesta para hacer pública su oposición a las sanciones económicas aplicadas a Irak durante el régimen de Saddam Hussein. "Miles de niños estaban muriendo de hambre", dice. Eso fue lo que lo impulsó.
Este cartón es el calendario de la protesta de Haw.
Luego se mantuvo en pie frente al Legislativo durante la invasión del territorio iraquí y hoy grita más fuerte por la seguidilla de atentados y enfrentamientos que sacuden regularmente a ese país.
En un cartón va marcando las jornadas que lleva manifestándose. Está cansado, admite. "¿Dónde están las millones de personas que marcharon contra la guerra?", me increpa. "¿Cómo pueden comportarse como si nada estuviera pasando?".
Pese a que todos los miércoles, sin falta, un grupo de mujeres se une a su protesta, se siente solo. Durante el período que lleva manifestándose, su esposa -con la que tiene 7 hijos- le pidió la separación.
-¿Por qué sigues?, le pregunto. ¿Hasta cuándo, hasta que pase qué?
-Ellos -afirma refiriéndose al gobierno de Tony Blair- no han desistido, siguen causando muertes. ¿Cómo me voy a ir? Yo quiero mirar a mis hijos a la cara y decirles que hice todo lo posible por evitar lo que está ocurriendo.
¡Busca un trabajo!
¿Sabes lo que es pasar las 24 horas en la calle, siempre alerta?
Brian Haw
Antes de instalarse en Westminster, Haw trabajaba haciendo mudanzas y fabricando muebles. Tiene 56 años y es de Redditch, una ciudad del centro de Inglaterra.
Su vida junto al Parlamento es acontecida. Los taxistas le tocan la bocina en señal de solidaridad, algunos leales a su causa le lleva comida y no faltan quienes se acercan para insultarlo.
Unos le escriben cartas para felicitarlo, otros le gritan que se consiga un trabajo. "¡Como si no trabajara! ¿Sabes lo que es pasar las 24 horas en la calle, siempre alerta?", me dice.
Lo han atacado varias veces. Le han roto la nariz a golpes y lo han arrestado por distintos cargos, pero ninguna acusación ha prosperado.
Un hombre, una ley
A las autoridades, la presencia de Brian Haw también les incomoda. Desde que vive frente al Legislativo han intentado en varias ocasiones declarar ilegal su acción.
Quienes se oponen a la protesta de Haw dicen que, entre otras cosas, está afectando el paisaje de la ciudad.
Según sus opositores, las pancartas no pueden ser desplegadas porque son publicitarias y la publicidad en ese sector está prohibida. También lo acusan de contribuir a la contaminación acústica con su altavoz.
Pero ningún juez lo ha hallado culpable. Según los magistrados que han seguido su caso, el hombre sólo está ejerciendo su derecho de expresión.
En estos días el Legislativo británico está discutiendo una ley sobre crimen organizado y labor policial que, entre otras cosas, prohibiría realizar protestas en un radio de un kilómetro desde Westminster.
El área incluye la sede del Ejecutivo y la plaza de Trafalgar, corazón de la ciudad y sitio natural de convergencia de todas las manifestaciones públicas.
Si se aprueba, el primer afectado será Haw.
Indignado implacable
En el otro espectro, hay campañas para defenderlo y una página web para apoyarlo.
¡Vamos mi gente!. ¡La lucha continúa! Vamos a triunfar"
Brian Haw
Ante tanta polémica, él reacciona echando mano a la ironía: "Están tan desesperados que ahora resulta que soy el delincuente más peligroso del Reino Unido. Me llaman mafioso. Dicen que hago mucho ruido, pero yo les pregunto cuán alto está permitido gritar contra el genocidio".
Habla con pasión contra la violencia. Su discurso es coherente, bien informado. Conoce sus derechos, sabe de cifras, de las guerras en todo el mundo, del negocio del petróleo y la industria de las armas. Es un personaje complejo, con un aire de predicador y el peso de la consecuencia.
-¿Tienes mucha rabia?, le pregunto antes de despedirme.
-¿Rabia? No, yo no soy rabioso; soy un indignado implacable, me responde, y luego, sin más, me dice en un español casi perfecto.
"¿Le mandas un mensaje a tu país? ¡Vamos mi gente!. ¡La lucha continúa! Vamos a triunfar".
Su causa provoca ira y admiración: Haw se ha convertido en un ícono de la protesta.
El 2 de junio de 2001 se instaló frente a Westminster, sede del Parlamento británico, y aunque han intentado moverlo -a veces a la fuerza y otras por medio de recursos legales- no lo han conseguido: Brian Haw sigue alzando su voz a favor de la paz. Las 24 horas, sin descanso.
Cualquiera que pase junto al Big Ben puede verlo. Es un símbolo para los que rechazan la violencia y un dolor de cabeza para el gobierno de Tony Blair.
Como lo hacen decenas de personas cada semana, yo fui a visitarlo sin aviso. Lo encontré sentado leyendo el periódico en medio del mural que ha desplegado a largo de toda una cuadra. Él lo describe como un memorial, un santuario en honor de las mujeres y los niños víctimas de la guerra en Irak. Hay fotos, banderas, afiches, muñecos, cajas con cartas.
"Mira, ésta es de Chile", me cuenta cuando le digo que trabajo en el Servicio Latinoamericano de la BBC. Es una pancarta amarilla con un mensaje pacífico que le regaló hace un par de años una pareja de manifestantes chilenos.
"¿Dónde están?"
Hace 1.461 días que Haw duerme en una tienda improvisada y se ducha y afeita una vez a la semana en los baños públicos de una estación de trenes. Ha perdido peso y también el apetito. Fuma en cadena y tiene los dedos manchados de nicotina.
Inició su protesta para hacer pública su oposición a las sanciones económicas aplicadas a Irak durante el régimen de Saddam Hussein. "Miles de niños estaban muriendo de hambre", dice. Eso fue lo que lo impulsó.
Este cartón es el calendario de la protesta de Haw.
Luego se mantuvo en pie frente al Legislativo durante la invasión del territorio iraquí y hoy grita más fuerte por la seguidilla de atentados y enfrentamientos que sacuden regularmente a ese país.
En un cartón va marcando las jornadas que lleva manifestándose. Está cansado, admite. "¿Dónde están las millones de personas que marcharon contra la guerra?", me increpa. "¿Cómo pueden comportarse como si nada estuviera pasando?".
Pese a que todos los miércoles, sin falta, un grupo de mujeres se une a su protesta, se siente solo. Durante el período que lleva manifestándose, su esposa -con la que tiene 7 hijos- le pidió la separación.
-¿Por qué sigues?, le pregunto. ¿Hasta cuándo, hasta que pase qué?
-Ellos -afirma refiriéndose al gobierno de Tony Blair- no han desistido, siguen causando muertes. ¿Cómo me voy a ir? Yo quiero mirar a mis hijos a la cara y decirles que hice todo lo posible por evitar lo que está ocurriendo.
¡Busca un trabajo!
¿Sabes lo que es pasar las 24 horas en la calle, siempre alerta?
Brian Haw
Antes de instalarse en Westminster, Haw trabajaba haciendo mudanzas y fabricando muebles. Tiene 56 años y es de Redditch, una ciudad del centro de Inglaterra.
Su vida junto al Parlamento es acontecida. Los taxistas le tocan la bocina en señal de solidaridad, algunos leales a su causa le lleva comida y no faltan quienes se acercan para insultarlo.
Unos le escriben cartas para felicitarlo, otros le gritan que se consiga un trabajo. "¡Como si no trabajara! ¿Sabes lo que es pasar las 24 horas en la calle, siempre alerta?", me dice.
Lo han atacado varias veces. Le han roto la nariz a golpes y lo han arrestado por distintos cargos, pero ninguna acusación ha prosperado.
Un hombre, una ley
A las autoridades, la presencia de Brian Haw también les incomoda. Desde que vive frente al Legislativo han intentado en varias ocasiones declarar ilegal su acción.
Quienes se oponen a la protesta de Haw dicen que, entre otras cosas, está afectando el paisaje de la ciudad.
Según sus opositores, las pancartas no pueden ser desplegadas porque son publicitarias y la publicidad en ese sector está prohibida. También lo acusan de contribuir a la contaminación acústica con su altavoz.
Pero ningún juez lo ha hallado culpable. Según los magistrados que han seguido su caso, el hombre sólo está ejerciendo su derecho de expresión.
En estos días el Legislativo británico está discutiendo una ley sobre crimen organizado y labor policial que, entre otras cosas, prohibiría realizar protestas en un radio de un kilómetro desde Westminster.
El área incluye la sede del Ejecutivo y la plaza de Trafalgar, corazón de la ciudad y sitio natural de convergencia de todas las manifestaciones públicas.
Si se aprueba, el primer afectado será Haw.
Indignado implacable
En el otro espectro, hay campañas para defenderlo y una página web para apoyarlo.
¡Vamos mi gente!. ¡La lucha continúa! Vamos a triunfar"
Brian Haw
Ante tanta polémica, él reacciona echando mano a la ironía: "Están tan desesperados que ahora resulta que soy el delincuente más peligroso del Reino Unido. Me llaman mafioso. Dicen que hago mucho ruido, pero yo les pregunto cuán alto está permitido gritar contra el genocidio".
Habla con pasión contra la violencia. Su discurso es coherente, bien informado. Conoce sus derechos, sabe de cifras, de las guerras en todo el mundo, del negocio del petróleo y la industria de las armas. Es un personaje complejo, con un aire de predicador y el peso de la consecuencia.
-¿Tienes mucha rabia?, le pregunto antes de despedirme.
-¿Rabia? No, yo no soy rabioso; soy un indignado implacable, me responde, y luego, sin más, me dice en un español casi perfecto.
"¿Le mandas un mensaje a tu país? ¡Vamos mi gente!. ¡La lucha continúa! Vamos a triunfar".
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