HERMANOS...
Un formidable estudio científico demostró hace poco que humanos y chimpancés compartimos el 99% de los genes. Somos animales extremadamente próximos, primos hermanos. Para hacernos una idea: las diferencias entre los genomas de chimpancés y humanos son diez veces mayores que entre dos personas, pero diez veces menores que entre los de un ratón y una rata. La intimidad orgánica de nuestras dos especies es tan grande que produce mareos.
Es el vértigo de lo maravilloso, del emocionante reconocimiento en el otro; pero también es el vértigo del horror, al constatar las brutalidades que les hacemos. Los grandes simios sienten, piensan, fabrican herramientas, son conscientes de sí mismos y de la muerte. Pueden hacer operaciones matemáticas y usar el lenguaje de signos para comunicarse. Muchos científicos consideran que los grandes simios tienen una mente semejante a la de un niño de cinco años. Y a estos individuos, en fin, les enjaulamos, humillamos, torturamos, exterminamos. Les hemos utilizado durante siglos para hacer espantosas vivisecciones supuestamente científicas y aún ahora seguimos experimentando con ellos. Por no hablar de la explotación comercial a la que se les somete: los tailandeses, por ejemplo, se niegan a devolver a un centenar de orangutanes que capturaron (o más bien secuestraron) en las selvas de Borneo y a los que utilizan en combates de boxeo para entretener a los turistas.
No tenemos disculpa porque ahora ya sabemos lo que sabemos: que esas criaturas son como nosotros. Pero la inmensa mayoría de los humanos sigue cerrando los ojos y aturdiendo su conciencia ante toda esta atrocidad. El diputado Francisco Garrido ha presentado una proposición no de ley para que el Gobierno se sume al Proyecto Gran Simio (www.proyectogransimio.org), esto es, a una serie de medidas de protección y respeto. Apoyemos a Garrido y exijamos el compromiso de los políticos, porque se trata de una cuestión ética esencial. La ONU acaba de denunciar que, si seguimos así, los grandes simios pueden extinguirse en 25 años. Es un genocidio y nuestros descendientes nos maldecirán y aborrecerán por ello, de la misma manera que nosotros aborrecemos a los antiguos esclavistas.
FUENTE: EL PAIS, ROSA MONTERO
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